viernes, 27 de noviembre de 2020

DEJANDO TALLIN Y ENTRANDO EN SAN PETERSBURGO (I)



                                                   


 La catedral de San Isaac en San Petersburgo

Días 24 y 25 de julio, jueves y viernes de 2003

Después de nuestra estancia de dos días en la tercera perla del Báltico, San Petersburgo, nos dirigimos otra vez y como siempre en el autobús de Salamanca, hacia la frontera camino de Finlandia.

Retomo donde nos habíamos quedado y termino nuestra estancia en Tallín.

Eran como las dos de la tarde del martes 22 de julio cuando llegamos al hotel y nos encontramos con una habitación muy grande y curiosa, pues cuando encendíamos la luz del cuarto de baño, se ponía en marcha la Televisión. También había una ducha, como en la habitación de Estocolmo, donde no existen los tapones y el agua corre por el suelo del desagüe, así nunca se encharca.

Se me ocurre que podríamos coger lo mejor de cada pueblo para conseguir uno perfecto. Cuando visitas países distintos a los tuyos, te das cuenta que, al igual que las personas,  todos somos iguales y diferentes a la vez.

Después de descansar y ducharnos, nos fuimos a comer. Ya teníamos hambre. Por indicación de Roselín nos metimos en un restaurante que estaba muy cerca del hotel que tenía buena apariencia. Comimos blinis con jamón y caviar acompañados por una ensalada. Eran platos únicos que tenían de todo. Cuando llegaron los postres, Mariano le dice al camarero que queremos un ice-cream y al ver que no nos entendía en inglés le digo marosna ( helado en ruso). Rápidamente nos traen un helado que me comí con gran placer, olvidándome de sus calorías. ¡De algo nos sirvió el que Natacha estuviera con nosotros seis veranos!

Se van perdiendo los recuerdos en el tiempo y sigo escribiendo mientras pasamos bosques de pinos y abedules por tierras rusas.

El cielo  azul de la mañana,  nos acompaña como la música clásica que nos relaja.  Algunos se quedan dormidos.

Por la tarde en Tallin, (sigo buscando en la memoria) dimos una vuelta por la ciudad fuera del casco antiguo y enseguida vimos que las huellas de los países del Este están allí, aunque ellos no lo quieran: Las grandes avenidas con los pocos coches, los trolebuses, los espaciosos parques, la gente andando con las bolsas en la mano. Una estampa que conocemos muy bien de otras ciudades que hemos visitado y que pertenecen al extinguido comunismo. 
 Pasa el trolebús por las calles de Tallín

Después volvimos al casco antiguo, donde nos cruzamos con muchos otros turistas que subían y bajaban las calles principales. Callejeamos por unas y otras e intentamos ver alguna de las numerosas iglesias que hay en Tallin. No tuvimos suerte. Todas estaban cerradas.

Por la noche cenamos en el la habitación del hotel. Habíamos comprado comida en un supermercado grande situado cerca de donde nos hospedábamos. Roselín, nos indicó en sus instrucciones de ese día:

- No se olviden de ir provistos con avituallamiento para mañana, porque va a ser una jornada algo dura. Pasaremos mucho tiempo en el autobús que nos llevará a San Petersburgo.

Ya conté que el toque de diana fue a las seis menos cuarto y ahora retomo lo que escribí cuando me quedé en la frontera de entrada a Rusia.

Hay que pasar dos fronteras, primero salimos de Estonia. No hubo problemas. Después bajamos del autobús y esperamos unos cuántos minutos que aprovechamos para ir al lavabo y para observar la tristeza de estas fronteras grises donde todo es sigiloso y envuelto en un hálito de misterio, que te recuerdan un poco a las películas de espías y que además te hacen sentir como sospechoso no sabiendo muy bien de qué .

Volvimos obedientes al autobús y, después de muy pocos kilómetros, llegamos a la frontera rusa. La guía nos advirtió que era una frontera muy difícil, por eso era mejor que volviésemos a bajar todos del autobús, cada uno con nuestra maleta. Antes de bajar de nuestra casa con ruedas, vino un militar y se llevó nuestros pasaportes. Pasados unos minutos nos lo devolvieron. A continuación, rellenamos un papelito por duplicado, para después pasar la aduana cada uno con su equipaje, su pasaporte y su visado. Una policía rusa, rubia, joven y guapa, nos miró nuestro pasaporte y nuestra persona, todo muy serio que contrastaba con nuestra alegría de poder estar de vacaciones. En realidad fue todo muy sencillo, supongo que el mérito hay que dárselo a Roselín y algunos dólares, al menos eso es lo que se comentó en el grupo. Nuestra guía es algo inquieta, pero en estos momentos yo la noté nerviosa y cuando pasó ella, delante de mi, le dijo algo en ruso a la policía. Después Mariano me tradujo que le pidió una sonrisa. No me extraña. ¿Por qué se ponen tan serios en estos sitios?

La verdad es que cuando atraviesas estas fronteras tienes la sensación de sentir como si una losa pesada  se cerniera por encima de nuestras cabezas, porque el ambiente es tenso, muy tenso, no hay relajación por ningún lado, ni una sonrisa de distensión. Todo es austero, gris, sin una nota de alegría.



La frontera con Rusia

David, extendió su pasaporte a la policía rusa y cuando se lo devolvió le dijo: “Expasiva” (gracias ) y es que David también sabe algo de ruso.

Por fin, después de una hora ¡ y no fue mucho tiempo! ya que todo salió dentro de lo normal, respiramos tranquilos por estar en Rusia. Al cuarto de hora o así, nos vuelve a parar la policía y le hace bajar a José,  con todos sus papeles.

- Y ahora ¿qué pasa? – Nos interrogamos todos los del autobús

Ya he dicho que José es nuestro chofer, un hombre afable no muy alto, moreno, con bigote y perilla, que cuando le hacemos una pregunta siempre nos contesta muy educado” no sé, Vds. verán o cómo Vds. decidan.” 

Creo que José debe tener algo de miedo, esto lo noté mientras escribía, después, hablando con él, nos confesó que era la primera vez que iba a hacer el viaje desde Tallin a San Petersburgo ya que desde Finlandia a Rusia lo había hecho la semana pasada. No me extraña el miedo de Jose a los conductores de San Petersburgo. Son temerarios. He observado que cuando algo nos preocupa y nos da miedo solemos expresarlo en la primera conversación que encontramos, no importa que nuestros interlocutores sean extraños, quizás por eso lo hacemos más.

David que tiene los sentimientos más básicos, más libres que nosotros lo sabe expresar muy bien. Cuando algo le preocupa, lo repite y lo repite. Por eso José lo repitió más de una vez aquello de que en San Petersburgo conducían mal.

Quizás José también tuviese miedo de que le parasen y le hicieran soplar y no porque bebiera, que yo al menos no lo he visto nunca con dos copas de más, sino por el simple hecho de que te pidan que lo hagas y además esta policía rusa que impone tanto, pidiendo siempre pasaportes, visados, papeles y más papeles, como estaba pasando ahora, según mis recuerdos. No sé si otra vez los dólares o el buen hacer de José y Roselín tuvo su efecto; el caso es que se nos permitió continuar nuestro camino hacia la tercera perla del Báltico: San Petersburgo.

Tuvimos que comer en el autobús y sobre la marcha, lo cual es bastante incómodo. Como buenos compañeros de viaje nos ofrecíamos unos a los otros bocadillos, chorizo, vino o galletas con chocolate. El ambiente del grupo era amistoso y muy relajado y respirábamos un poco aliviados de haber podido pasar la frontera sin contratiempos.

Si en Tallín no se puede beber agua del grifo, en San Petersburgo, menos, así que íbamos cargados de botellas de agua por si nos hacía falta.


Natacha, nuestra guía rusa, después de estar casi dos días con nosotros, nos ha dejado porque ha llegado a su pueblo que está en medio de un bosque. Ha sido, junto con Leiss, el de Suecia, la mejor guía, amable, con grandes conocimientos, explicando bien y con una puntualidad soviética. Nos ha llevado por todo San Petersburgo y ahora que nos deja la dedicamos un gran aplauso.


Nuestra guía Natacha, nos explica 


 Sigo buscando en mi memoria para escribir nuestra estancia en San Petersburgo, porque mis recuerdos están en la entrada a esta ciudad.

Natacha ya nos estaba esperando. No recuerdo muy bien la hora de llegada a esta ciudad. Puede que fueran las tres de la tarde, hora rusa, que es una más que la de Tallin y dos más que en España. Ya en la frontera Rosalín nos hizo cambiar la hora del reloj. De estas cosas se ocupa David, ni Mariano ni yo llevamos reloj en vacaciones, tenemos esa costumbre. Así nos pasa que cuando hemos ido otras veces solos nunca sabemos que hora es, pero nos sentimos más libres. Yo sólo me pongo el reloj para dar las clases, después me lo quito y no quiero saber nada del tiempo.

Cuando llegamos a San Petersburgo, no nos llevaron al hotel. Estábamos cansados- ya escribí que nos habían levantado muy temprano, las cinco cuarenta y cinco-por decirlo de otra forma- luego los trescientos kilómetros en el autobús por esas carreteras, que aunque llanas, no son buenas y además están las dichosas fronteras. Pero era imprescindible visitar esta ciudad. Estaba programado así.

Primero paramos en la Iglesia Catedral de San Isaac. Es una iglesia con columna de mármol y cúpula dorada. La primera mirada fue un poco desilusión. ¿Dónde estaba la ciudad espectacular de la que tanto nos habían hablado? Hicimos una pequeña parada y después el autobús con matricula de Salamanca empezó a recorrer calles con puentes, canales, palacios y más palacios pintados en diferentes colores y entonces si, entonces empezamos a sorprendernos.

Natacha nos contaba cómo hacía trescientos años, en concreto en el 1703, el zar Pedro I El Grande,   fundó esta ciudad, sobre las tierras musgosas y pantanosas de un gran río, El Neva, el que ahora veíamos. Nos habló de la prolongada Guerra del Norte contra los suecos y cómo este monarca, construyó la fortaleza de Pedro y Pablo, el embrión de la ciudad.

Bajamos del autobús para ver las vistas sobre el río Neva . Habíamos llegado a la Isla Vasilievsky . El delta del río abre sus brazos y se transforma en el pequeño Neva y el Gran Neva . Un amplio y hermoso jardín con una columna de color naranja llena de elementos decorativos en hierro y piedra, nos estaban esperando. Después vimos más de estas columnas llamadas rostrales.

Enfrente se encontraba el Palacio de Invierno, donde  el cielo estaba algo nublado e incluso comenzó a llover un poco. El agua del río también era gris, pero la vista era especial, magnifica. De esas que se quedan grabadas en la memoria para siempre y a las que las fotografías no suelen hacer justicia. La parada fue rápida, como un primer bocado de una comida muy apetitosa que va a venir después. Ya no nos acordábamos ni del cansancio, ni de las fronteras, ni del viaje por las carreteras sin asfalto. Disfrutábamos de la belleza, eso era todo.


Vista del Palacio de Invierno

La Venecia grande, o la Venecia del Norte- nos hablaba Natacha desde su micrófono a aquel grupo de españoles que habíamos viajado desde tan lejos para admirar esta ciudad con 1400 Kms de superficie y cerca de cinco millones de habitantes

Primera sorpresa para mí. No sé por qué la imaginaba más pequeña. Alguien me dijo que tenía menos extensión que Moscú y por eso pensé que se podía recorrer fácilmente. Nada más erróneo. Circulábamos por las calles grandes, largas y espaciosas rodeadas de bellos edificios recién restaurados. La Avenida Neski, es la calle más famosa y transitada. Hombres, mujeres, niños, coches, trolebuses, autobuses, tranvías, todos pasaban por ella.

-Allí a lo lejos, esa aguja dorada que sobresale es la del edificio del Almirantazgo, del arquitecto Korovov- Indicaba Natacha.

José seguía torciendo por calles y anchas avenidas y veíamos grandes estatuas.

- Ahora llegamos a la plaza de los Decembristas, con el monumento a Pedro el Grande. Ell río Neva otra vez, que nunca nos deja y al otro lado la Academia de las Ciencia o la Kunskammer. Más a lo lejos podemos divisar la famosa fortaleza de Pedro y Pablo. Su aguja alta y chapada en oro es inconfundible. Se puede ver desde distintos lugares de la ciudad.

Hicimos otra parada. No recuerdo si antes o después de pasar por los lugares que he mencionado arriba, porque mi mente confunde algunas cosas, ya que era tal la cantidad de información y belleza la que se iba acumulando que me he perdido en procesarla.

De lo que si estoy segura, es de que bajamos o subimos ( no lo sé y además esto es muy discutible según quien lo cuente) por una calle a la orilla de un canal y así casi por sorpresa,  nos saludó una catedral ortodoxa con su cúpulas de colores.

-Es la Catedral de la Resurrección de Cristo o San Salvador sobre la Sangre Derramada. – Informó Natacha.

El nombre nos llamó la atención -parece ser que un terrorista en este lugar hirió de muerte al zar Alejandro II- como  también  nos quedamos embelesados  con el propio edificio el resto del grupo. Es verdad que es muy vistosa, llena de colorido. Siento decirlo, pero a mi no me dejó perpleja con su belleza. Quedé tan sobrecogida por la Catedral de San Basilio en Moscú, que a ésta otra catedral, que además es más grande y más moderna y posiblemente con más cúpulas, no la encontré con la magia especial que tenía la de la Plaza Roja. Mi amiga María Ángeles P.I  que estuvo aquí en la primavera pasada, me dijo que ésta la gustaba más que la de San Basilio de Moscú. No, no estoy de acuerdo.

Subimos al autobús y allí Roselín nos anunció que no teníamos tiempo de volver al hotel.

-Está programado el hacer una excursión libre para hacer un pequeño crucero por las aguas de San Petersburgo. Ya saben que quiénes quieran ir, me lo dicen.

En esta ocasión se apuntó todo el grupo.

Mientras, Natacha nos seguía explicando desde el autobús, la historia de los edificios que divisábamos a través de las ventanillas, hasta llegar al embarcadero donde un barco estaba preparado para nosotros. Poco tiempo después, comenzamos plácidamente a navegar.


Disfrutando en el barco


Natacha seguía explicando cómo los ríos se unen y pasan por los canales para llegar al mar. El porqué de de los nombres el porqué de los palacios y mientras nuestra vista iba y venía.


                      Palacios sobre el agua               


-Aquél en azul es la Universidad, ese otro, amarillo, el último apartamento de Alejandro Pushkin, el gran poeta ruso, la Catedral de San Nicolás del Mar


Palacios y Catedral

Los teatros, los palacios, las academias se sucedían en una sinfonía formada por piedra y color y si un edificio era bonito, el otro más y así más y más y más. A todo esto, pasábamos por debajo de los puentes de hierro, como antes habíamos pasado por encima. “El puente del Palacio” “El de la Trinidad” el del Teniente Schmidt” . Puentes que abrían sus puertas al paso de los barcos con su filigrana de hierros que me recordaban a la Torre Eiffel. Me gustó cuando pasamos por el Arco de la Nueva Holanda, tan romántico y especial.


                                     Puente de hierro sobre el agua


Mariano hacía fotos y fotos para poder seguir recordando porque era imposible almacenar todo eso en la memoria. David y yo sentados en el barco mirábamos y admirábamos. El resto del grupo sacaba vídeos, fotos. Había algunos, como la pareja que venía de Islandia, que él hacía las fotos y ella la cámara de vídeo. No me extraña. Por supuesto yo no podía escribir. Me hubiese gustado, pero si escribía me perdía la belleza y la sensaciones que el entorno me estaba dejando.

Ahora mientras lo recuerdo y lo escribo, siento que la serenidad y la armonía se estaban apoderando de mi y que una parte ínfima de los tres siglos o menos de belleza acumulada podía rozarla en aquellos instantes.


 Otro palacio más


Es verdad que los poderosos hacen cosas impresentables y que dañan a la humanidad como lo habían hecho aquél Pedro El Grande, Catalina La Grande o los Zares Nicolás I y Nicolás II , oprimiendo al pueblo y no tratando a su súbitos como personas que eran , y sin querer exculparlos, he de decir que el ser capaces de contratar a los mejores arquitectos, escultores, pintores, y artistas en general, para hacer de esta ciudad un lugar tan lleno de esplendor que perdura en el tiempo y que ahora, las generaciones futuras podemos admirar, es verdad que en esto, tengo que darles las gracias.

La llamada San Petersburgo desde su fundación hasta la Gran Guerra del 14, la luego convertida en Petrogrado para hacer más ruso su nombre, la Leningrado del comunismo y la vuelta otra vez al San Petersburgo actual, nos estaba dejando atónitos, atrapados y encantados a todos, en el paseo inolvidable en barco


En la calle, cerca del hotel de San Petersburgo

Por fin llegamos al hotel. Teníamos sólo diez minutos para cambiarnos, porque la cena nos esperaba en el buffe libre. Estábamos alojados en el hotel más grande de la ciudad con cuatro mil habitaciones. Dejamos el pasaporte en recepción y hoy, dos días después, nos lo han devuelto cuando hemos salido para Finlandia.

Subimos al piso trece. Todos residíamos en ese piso porque a estas alturas de la semana, ya el grupo nos vamos conociendo, sabemos más o menos quiénes somos, de donde venimos y adónde vamos o mejor a dónde nos llevan, pues nuestro destino es el mismo.

Los catalanes, el vasco, las que hablan en tagalo que son de la embajada y tienen acento argentino cuando hablan en español, vienen de Copenhague y se unieron en Estocolmo. Los de Segovia, Los navarros, los cuatro de Madrid y nosotros vinimos desde España hasta Estocolmo. Los cuatro jóvenes que son de Madrid, vienen de Islandia y el resto a no ser que me equivoque vienen de Noruega. Ahora vamos todos hacia Helsinki.

En el camino nos hemos encontrado a otros que hacen el recorrido al revés. Los hay que lo han hecho un día antes. Los hay que van hacía Moscú.

En fin, el hotel era un hervidero de gente, sobre todo de extranjeros. Un hotel de lujo y con habitaciones muy confortables. La nuestra era la 13130. A los de Salamanca como también son tres, les pusieron una cama supletoria como a nosotros. Lo hemos estado comentando. El resto, lo he indicado en otra ocasión, son parejas que van en grupos de dos, de cuatro o de seis, viajan solos el de Bilbao y Antonio que no sé de donde viene e

Esto es un grupo y poco a poco la dinámica del mismo va funcionando. Nosotros seguimos la amistad con Fermín y Silvia de Pamplona. También hablamos a veces, con los que vienen de Islandia y saludamos a los portugueses y al resto. A Elvira y a su compañero, nos los hemos encontrado dando vueltas, por la ciudad. Hemos charlado un poquito con ellos. Con Fernando, el de Bilbao, hablamos poco con él y él habla menos con nosotros. Me llama la atención el que haya estado en solo en China. Quizás sea porque es un país que me gustaría visitar pero al que posiblemente no vaya.

Continuaremos  un día más en San Petersburgo.......




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