jueves, 27 de febrero de 2020

DE CAMINO A TALLIN


Una de las miles de islas 

Estamos en un gran barco y sólo falta una hora para llegar a Tallin. Hay niebla y el agua contaminada, huele a petróleo de los petroleros del Mar Báltico. Hemos visto a las 8 de la mañana una costa -Mariano dice que es Letonia-. Recuerdo cuando estuve en este país donde vi, por primera vez, la playa nevada.


Ahora son las nueve de la mañana y andamos por la cubierta del barco. El autobús viaja con nosotros y lleva nuestras maletas, abajo, en la bodega. Hace algo de aire fresco y apenas hay telarañas de nubes en el cielo.

El color del agua del mar, en estos momentos, es gris, muy gris, demasiado gris y no es transparente, sino pastosa.

He sacado mi cuaderno del bolso para recordar y escribir:

22 de julio de 2003, martes 

La salida de Estocolmo en barco fue bella y espectacular. El agua limpia, azul e inmensurable. Le acompañaba un cielo del mismo color. Las islas se sucedían y sucedían a uno y otro lado. La mayoría de ellas estaban habitadas. Las había tan pequeñas que algunas no tenían casa y en otras había una, dos o tres, con sus tejados típicos de color amarillo, rojo y hasta verde. Una barca en el pequeño embarcadero, me hacía imaginar cómo irían los vecinos de una isla a otra. Las había incluso, que entre ellas, se colaba un pequeño islote. Dicen que en ese archipiélago hay unas veinticinco mil islas. Por supuesto sólo vimos las que podía alcanzar nuestra vista desde el barco. Sentía una gran atracción por este paisaje, porque una isla me recuerda la soledad y la soledad es algo que me seduce, sobre todo cuando la busco. En cualquier caso alguien me contó que los estolcomenses vienen hasta estos islotes en busca de calma y paz. Estoy segura que lo encuentran.


El barco se deslizaba en el agua pasando islas o soledades que nosotros admirábamos extasiados.

Los momentos felices son efímeros, por eso, aquellas horas y aquél paisaje que tanto me había emocionado, me pareció muy corto. El salir del embrujo, me producía sentimientos similares a los que tengo cuando las personas o cosas que un día tuvieron hondo significado para mí, se alejan, o, se pierden para siempre.

A eso de los 8 de la tarde del día 21, nos reunimos todos con la guía en uno de los pisos del barco. Sólo faltaban los portugueses, una pareja de unos treinta y tantos o cuarenta años, que andaban un poco despistados y a los que apenas conocía. Entre ellos hablaban en portugués, y con el grupo en español. Fernando, el vasco, viajaba sólo y tampoco aparecía.

Pasamos al comedor y nos fueron asignando las mesas. Como éramos tres, nos pusieron a otros tres de compañeros. Se acercaron los navarros Silvia y Fermín, con quienes habíamos hecho algún intento de comunicación y también el de Bilbao que en poco tiempo me di cuenta de su individualismo y corrección.

Un tal Luis, hombre alto, grueso y extrovertido, se acercó a nuestra mesa:
  • Perdona, he oído que te apellidas Del Olmo
  • Si. Es mi primer apellido ¿Por qué?
  • Luego si quieres hablamos. Yo también me apellido Del Olmo, pero en cuarto lugar.
  • ¿Dónde vives?
  • En Madrid. Mejor hablamos cuanto hayamos terminado de cenar.
  • De acuerdo. Hasta luego.

  • La cena fue muy agradable en cuanto a comida y conversación. Sacamos el tema de la Asamblea de Madrid. Así fue como en el comedor de un gran barco navegando por un mar muy alejado a nuestro entorno habitual, dos navarros, un vasco, dos de Madrid y una de Burgos, hablamos del “culebrón” del verano, es decir de lo que había pasado en la Asamblea de Madrid con los transfugas, de Tony Blair, y George Bush, de Azanr, de Zapatero… de la actualidad. Lo que hacen los medios de comunicación, y es que al final, las cosas cotidianas las echamos en falta y por eso aprovechamos la primer ocasión para retomarlas.

    En un momento determinado comenté:

    • Me he lavado los dientes y para enjuagarlos he utilizado el agua del grifo.

    • Pues seguro que enfermas- Ironizó Fermín

    • Es que no tengo embotellada. Cogí en Estocolmo una botella pequeña del grifo y no quiero gastarla. Supongo que aquí, en el barco venderán ¿no?

    • Nosotros también necesitamos comprarla. Luego buscamos en el supermercado- Comentó Silvia

    • Sí. Seguro que en el supermercado la encontráis- Nos aseguró Fernando que en esto de los viajes está más puesto.

    • Hace ya unos cuantos años, alguien me dijo que el agua sería un bien escaso y que lo tendríamos que comprar. Pensé que estaba loco  y ahora estoy aquí o estamos aquí muy preocupados porque necesitamos comprar agua. Lo que cambia el mundo- Dije sorprendida

    • Es que el agua de Estonia, es buena para ellos que están acostumbrados, pero no para nosotros- informó Fermín

    • Pues en San Petersbugo si que tendremos que comprar agua, porque allí debe estar menos depurada todavía- apostilló Mariano.

    • No os preocupéis por el agua que ahora venden botellas en todas las partes y más en los lugares turísticos donde vamos- Nos tranquilizó la experiencia de Fernando.

    • Mamá, ¿Es qué no voy a poder beber agua?- Se preocupaba David

      • No David. Ya la compraremos.

      Seguimos hablando y degustando los platos de pollo, carne de ternera, verduras y los sabrosos postres que podíamos coger en el buffet libre del barco, no sin antes, sobre todo al principio, soportar una gran cola. Como estábamos de vacaciones, el ambiente era agradable y no nos importaba gran cosa.

      Al terminar de cenar, intentamos comprar el agua en el supermercado del barco, pero estaba cerrado. Abrían a las ocho del día siguiente. Así que esta mañana, lo primero que hemos hecho, nada más levantarnos, comprar un por de botellas grandes por si acaso.

      Acaba de pasar el de Salamanca, sé que es de allí, va también, como nosotros en trío, pues le acompañan su mujer y su hija. Digo que sé que es de allí, porque Jose, el chofer, también lo es y les he oído hablar de alguien que conocían del mismo pueblo. Otra vez la cotidianidad, curiosidad y cotilleo estés donde estés.

      El barco es grande, tiene discoteca y sala de fiestas. Anoche David y yo vimos a unas bailarinas como intentaban seducirnos con sus movimientos. Mariano prefirió dormir, aunque no lo consiguió pues hacía bastante calor en nuestro camarote ciego, como el de los demás, sin una ventana.¡Para una vez que Mariano puede dormir sin nada de luz! hay un gran ruido de motores. La vida es así, cuando piensas que has resuelto un problema, te sale otro, por otro lado.

1 comentario:

Sor Austringiliana dijo...

Me iría a una islita báltica o igual era demasiada paz. Gracias por el viaje. 😘