21
de Julio 2003, lunes
Lo
que relato a continuación lo apunté en diferentes lugares de
nuestro camino por las Perlas del Báltico. Principalmente fue, el autobús de Salamanca, mi lugar preferido para coger
el bolígrafo, escribir y escribir en el cuaderno que siempre llevo
en el bolso, recordando todo lo que había sucedido anteriormente.
Estamos
en la mañana del día 21. Roselin nos había dejado otra nota,
escrita en rojo, con las instrucciones correspondientes al día en
que nos encontrábamos:
-Hacer
el equipaje en una maleta grande.
-Coger
una bolsa pequeña con lo imprescindible y necesario para pasar el barco.
-
Antes de las 12 dejar todo el equipaje, excepto el de mano, en la
sala del hotel.
-
Estar todos a las cuatro y media de la tarde en el hall del hotel.
-
El autobús nos llevará hasta el puerto.
Aún
nos sobraban unas cuantas horas.
Desayunamos
opíparamente, eso sí, temprano, pues allí se cierra el comedor a
las diez. Nos sentamos con otros compañeros que venían de Noruega,
pero ellos iban para Tallin, no hoy, como nosotros, sino mañana. Y
entonces nos empezamos a dar cuenta de cómo los grupos van y vienen
o vamos y venimos y cómo todos debíamos hacer más o menos, el
mismo recorrido. Estos compañeros de viaje estaban muy
impresionados, pues en su grupo se había muerto de infarto un señor
de unos sesenta años y es que la muerte te puede pillar en cualquier
sitio.
No
sé si era por la hora en que fuimos a desayunar, pero el caso es que
el hotel estaba lleno de españoles. Después nos dimos cuenta que
esto sería una constante a lo largo del viaje. A los españoles
parece que nos iban poniendo en los mismo hoteles. Era como cuando
viajamos a París y en el camping del Bois de Boulogne, nos tenían
por nacionalidades. En cuanto nos veían de qué país procedíamos,
allí nos instalaban, por eso no era de extrañar, que a las once de
la noche oyéramos en español a una madre que le gritaba al niño, para que se fuera comiendo las sardinas. En fin son anécdotas que vas
recordando y comparando de unos viajes y de otros.
Para
esta mañana y para los que no les gustaba ir por libre, había
programadas dos excursiones opcionales: una al museo Wassa, donde se
exponen los objetos encontrados durante las excavaciones submarinas y
procedentes de un navío naufragado en 1628, que ha sido reconstruido, y otra, al interior del Ayuntamiento.
Mariano,
David y yo, como hicieron Fermín, el hombre alto y delgado que
encontramos en el aeropuerto y su mujer Silvia, no tan alta pero
también delgada, bien vestida, morena y con gafas que venían de
Pamplona y quizás otros cuantos, pues aún no nos conocíamos, nos
fuimos por nuestra cuenta.
Aquí
en Estocolmo se había formado ya nuestro grupo que viajaríamos
juntos durante una semana. Los que venían de Islandia, Copenhague y
Noruega se unían a los que veníamos desde Madrid, esto lo supimos
después. De momento seguíamos a nuestro aire y despistados con
respecto a los demás.
Mientras
escribo en otra isla, pequeña, comprobamos que de frente, nos mira el Palacio Real que
lo habíamos visto por los dos laterales y nos faltaba verlo desde
aquí.
En
esta mañana me doy cuenta de que la grandeza de Estocolmo se debe a
las diferentes vistas que vas encontrando, según pasas puentes y
llegas a distintas islas.
Los horizontes son otros, aunque el
paisaje sea igual, ya que se ve desde otra perspectiva, desde otro
ángulo, por eso, la panorámica que habíamos visto el día
anterior con el guía, por ejemplo la de este Palacio Real, era
completamente distinta al admirarla desde la isla donde nos
encontramos ahora. Los edificios se suceden, las casas son las
mismas, el agua también, y sin embargo, todo es diferente.
Recorremos la isla que tiene
esculturas de hierro móviles y otra vez el verdor de los árboles y
el césped lo domina todo.
Hace
una hora o así estuvimos en el casco antiguo. Los turistas se
sucedían por las mismas calles que recorrimos ayer con la guía y
con el grupo. David y yo, entramos en una iglesia luterana que hay
enfrente del palacio. Mariano nos esperó fuera, tampoco se perdió
tanto. Era muy normal.
Después
de pasear por el barrio antiguo y visitar la catedral de Estocolmo
por dentro, observamos que en ella, predomina el ladrillo. Llama la
atención un barco que cuelga del techo. Vimos otra estatua de San
Jorge y el Dragón. No nos pareció esta catedral demasiado
interesante. Ayer, en el recorrido con el guía, pensamos que era
curiosa la estatua más pequeña de la ciudad, por eso, volvimos
para buscarla y hacerle una foto a la miniatura del niño sentado .
No sé por qué la gente le echaba monedas. Un grupo de turistas con
su guía pasaron de largo, para ese conductor de personas, la
minúscula estatua no era importante.
Calles
peatonales cerca del Palacio y la Catedral.
Seguimos
caminando y sin darnos cuenta nos hemos adentrado en otra isla de la
parte baja de la ciudad. También es pequeña. El Palacio Real y las
casas de colores del casco antiguo nos continúan mirando y es otra
vista. El primer día, que fue ayer, me hice una foto con el guardia
en ese inmenso palacio y paseamos por otra
isla muy pequeña
que acoge al Parlamento. Todo eso lo estamos viendo desde aquí, así
como las casas rojas por el óxido de cobre y amarillas por el óxido
de hierro.
Hoy
las nubes son grandes y blancas, pero el cielo no es gris. A las
cinco dejamos esta primera Perla del Báltico. Hay ruido de bocinas
de barco y se oye la música de una marcha militar.
-He
encontrado los limoncillos de mi infancia en Estocolmo,- le comento a
Mariano- Esos limones muy pequeñitos que crecían silvestres en las
viñas de mi pueblo.
-
¿Eso es importante?,- me contesta lacónico como siempre.
Para
él no y para mi sí. Como en la vida.
Me
he quedado sin ver el Ayuntamiento por dentro al no atreverme a subir
las escaleras y preguntar. Ahora ya no tengo tiempo. Suele pasar que
por no molestar o por falta de decisión, muchas veces, pierdes tu
última oportunidad. Lo he comentado con Silvia, la de Pamplona y
dice, que no me he perdido nada.
Esto
de ir de turista y en grupo es divertido. Se puede observar como
nosotros nos identificamos por la mochila y las bolsas que llevan el
nombre de nuestra agencia. Los hay que lucen una pegatina de color
con un número. Hemos visto a los del B4 azul, los 9 naranja. A otros
les habían colocado una gorra de color rojo. Así cada uno sabe cuál
es su grupo y si se despista vuelve al redil, incluso los que se
pierden se buscan entre ellos. Es muy curioso ver los grupos de
turistas que vamos, venimos, bajamos del autobús, hacemos la foto,
volvemos a subir al autobús. La guía o el guía dice:
-Cinco
minutos para que ustedes filmen o hagan fotos.
Tienes
que ser rápido, ya que si te extasías un poco, te quedas sin el
recuerdo.
He
de decir que en Estocolmo, nosotros hemos ido mucho por libre y así
pasa que nos hemos perdido algunos museos o edificios interesantes,
pero también nos hemos encontrado otros. como el mueso de esculturas
móviles al aire libre de esta mañana. Me ha gustado. Eran de hierro
y tenían diferentes formas abstractas. Pensé que a Mariano le iba a
gustar más, pero parece que he sido yo la más entusiasta.
En
esta isla he visto gorriones (todo es igual y todo es distinto),
también un pintoresco pájaro con la cola muy larga que andaba a
saltos y no era un pavo real.
Compramos
unos bocadillos ya hechos y los comemos, como ayer, en un parque a la
orilla de un canal. Lleno las botellas de agua porque ni en Tallin,
ni en el barco, ni en San Petersburgo, se puede beber el agua del
grifo, así que me la llevo de Estocolmo.
Algo
que me llama la atención de mi estancia en esta ciudad y que también
tuve esa sensación cuando en el mes de Mayo visité Berlín es
¿dónde están los rubios y rubias del norte? No hay tantos. Lo que
si se ve es una mezcla de razas.
Me
gusta cuando David lee un cartel en sueco y pregunta muy convencido a
su padre o a mí:
-¿Qué
pone ahí?
Nuestra
respuesta le sorprende pero siempre es la misma:
-Y
yo qué sé. En sueco, sólo conocemos la palabra Tack que significa
gracias. – le contesta
-Puede
que diga Stop- comenta Mariano
-¿Y
allí? -Sigue intrigado David
-Pues
allí pondrá Farmacia
Parece
que Mariano se lo inventa, pero yo creo que no. Él tiene mucha
facilidad para esto de los idiomas. ¡Feliz él! David ya con eso se
queda tan contento.
Camino
del hotel encontramos una iglesia con la cúpula verde. Ayer nos
explicaron como las cúpulas puntiagudas pertenecen a las iglesias
alemanas, o noruegas, que son protestantes. Hay pocas iglesias
católicas. Entramos y quedamos sorprendidos con un concierto de
órgano. Mariano está encantado. La verdad es que el órgano donde
mejor se suena es en una iglesia.
Continuará
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