jueves, 20 de febrero de 2020

ÚLTIMO DÍA EN ESTOCOLMO


                                                              Vista del Palacio Real 
21 de Julio 2003, lunes

Lo que relato a continuación lo apunté en diferentes lugares de nuestro camino por las Perlas del Báltico. Principalmente fue, el autobús de  Salamanca, mi lugar preferido para coger el bolígrafo, escribir y escribir en el cuaderno que siempre llevo en el bolso, recordando todo lo que había sucedido anteriormente.

Estamos en la mañana del día 21. Roselin nos había dejado otra nota, escrita en rojo, con las instrucciones correspondientes al día en que nos encontrábamos:

-Hacer el equipaje en una maleta grande.
-Coger una bolsa pequeña con lo imprescindible y necesario para pasar  el barco.
- Antes de las 12 dejar todo el equipaje, excepto el de mano, en la sala del hotel.
- Estar todos a las cuatro y media de la tarde en el hall del hotel.
- El autobús nos llevará hasta el puerto.


Aún nos sobraban unas cuantas horas.

Desayunamos opíparamente, eso sí, temprano, pues allí se cierra el comedor a las diez. Nos sentamos con otros compañeros que venían de Noruega, pero ellos iban para Tallin, no hoy, como nosotros, sino mañana. Y entonces nos empezamos a dar cuenta de cómo los grupos van y vienen o vamos y venimos y cómo todos debíamos hacer más o menos, el mismo recorrido. Estos compañeros de viaje estaban muy impresionados, pues en su grupo se había muerto de infarto un señor de unos sesenta años y es que la muerte te puede pillar en cualquier sitio.

No sé si era por la hora en que fuimos a desayunar, pero el caso es que el hotel estaba lleno de españoles. Después nos dimos cuenta que esto sería una constante a lo largo del viaje. A los españoles parece que nos iban poniendo en los mismo hoteles. Era como cuando viajamos a París y en el camping del Bois de Boulogne, nos tenían por nacionalidades. En cuanto nos veían de qué país procedíamos, allí nos instalaban, por eso no era de extrañar, que a las once de la noche oyéramos en español a una madre que le gritaba al niño, para que se  fuera comiendo  las sardinas. En fin son anécdotas que vas recordando y comparando de unos viajes y de otros.

Para esta mañana y para los que no les gustaba ir por libre, había programadas dos excursiones opcionales: una al museo Wassa, donde se exponen los objetos encontrados durante las excavaciones submarinas y procedentes de un navío naufragado en 1628, que ha sido reconstruido, y otra,  al interior del Ayuntamiento.

Mariano, David y yo, como hicieron Fermín, el hombre alto y delgado que encontramos en el aeropuerto y su mujer Silvia, no tan alta pero también delgada, bien vestida, morena y con gafas que venían de Pamplona y quizás otros cuantos, pues aún no nos conocíamos, nos fuimos por nuestra cuenta.

Aquí en Estocolmo se había formado ya nuestro grupo que viajaríamos juntos durante una semana. Los que venían de Islandia, Copenhague y Noruega se unían a los que veníamos desde Madrid, esto lo supimos después. De momento seguíamos a nuestro aire y despistados con respecto a los demás.

Mientras escribo  en otra isla,  pequeña,  comprobamos que de frente,   nos mira el Palacio Real que lo habíamos visto por los dos laterales y nos faltaba verlo desde aquí.


En esta mañana me doy cuenta de que la grandeza de Estocolmo se debe a las diferentes vistas que vas encontrando, según pasas puentes y llegas a distintas islas. 

Los horizontes son otros, aunque el paisaje sea igual, ya que se ve desde otra perspectiva, desde otro ángulo, por eso, la panorámica que habíamos visto el día anterior con el guía, por ejemplo la de este  Palacio Real, era completamente distinta al admirarla desde la isla donde nos encontramos ahora. Los edificios se suceden, las casas son las mismas, el agua también, y sin embargo, todo es diferente.

Recorremos la isla que tiene esculturas de hierro móviles y otra vez el verdor de los árboles y el césped lo domina todo.

Hace una hora o así estuvimos en el casco antiguo. Los turistas se sucedían por las mismas calles que recorrimos ayer con la guía y con el grupo. David y yo, entramos en una iglesia luterana que hay enfrente del palacio. Mariano nos esperó fuera, tampoco se perdió tanto. Era muy normal.

Después de pasear por el barrio antiguo y visitar la catedral de Estocolmo por dentro, observamos que en ella, predomina el ladrillo. Llama la atención un barco que cuelga del techo. Vimos otra estatua de San Jorge y el Dragón. No nos pareció esta catedral demasiado interesante. Ayer, en el recorrido con el guía, pensamos que era curiosa la estatua más pequeña de la ciudad, por eso, volvimos para buscarla y hacerle una foto a la miniatura del niño sentado . No sé por qué la gente le echaba monedas. Un grupo de turistas con su guía pasaron de largo, para ese conductor de personas, la minúscula estatua no era importante.



Calles peatonales cerca del Palacio y la Catedral.

Seguimos caminando y sin darnos cuenta nos hemos adentrado en otra isla de la parte baja de la ciudad. También es pequeña. El Palacio Real y las casas de colores del casco antiguo nos continúan mirando y es otra vista. El primer día, que fue ayer, me hice una foto con el guardia en ese inmenso palacio y paseamos por otra isla muy pequeña que acoge al Parlamento. Todo eso lo estamos viendo desde aquí, así como las casas rojas por el óxido de cobre y amarillas por el óxido de hierro.

Hoy las nubes son grandes y blancas, pero el cielo no es gris. A las cinco dejamos esta primera Perla del Báltico. Hay ruido de bocinas de barco y se oye la música de una marcha militar.

-He encontrado los limoncillos de mi infancia en Estocolmo,- le comento a Mariano- Esos limones muy pequeñitos que crecían silvestres en las viñas de mi pueblo.

- ¿Eso es importante?,- me contesta lacónico como siempre.

Para él no y para mi sí. Como en la vida.

Me he quedado sin ver el Ayuntamiento por dentro al no atreverme a subir las escaleras y preguntar. Ahora ya no tengo tiempo. Suele pasar que por no molestar o por falta de decisión, muchas veces, pierdes tu última oportunidad. Lo he comentado con Silvia, la de Pamplona y dice, que no me he perdido nada.

Esto de ir de turista y en grupo es divertido. Se puede observar como nosotros nos identificamos por la mochila y las bolsas que llevan el nombre de nuestra agencia.  Los hay que lucen una pegatina de color con un número. Hemos visto a los del B4 azul, los 9 naranja. A otros les habían colocado una gorra de color rojo. Así cada uno sabe cuál es su grupo y si se despista vuelve al redil, incluso los que se pierden se buscan entre ellos. Es muy curioso ver los grupos de turistas que vamos, venimos, bajamos del autobús, hacemos la foto, volvemos a subir al autobús. La guía o el guía dice:

-Cinco minutos para que ustedes filmen o hagan fotos.

Tienes que ser rápido, ya que si te extasías un poco, te quedas sin el recuerdo.

He de decir que en Estocolmo, nosotros hemos ido mucho por libre y así pasa que nos hemos perdido algunos museos o edificios interesantes, pero también nos hemos encontrado otros.  como el mueso de esculturas móviles al aire libre de esta mañana. Me ha gustado. Eran de hierro y tenían diferentes formas abstractas. Pensé que a Mariano le iba a gustar más, pero parece que he sido yo la más entusiasta.

En esta isla he visto gorriones (todo es igual y todo es distinto), también un pintoresco pájaro con la cola muy larga que andaba a saltos y no era un pavo real.

Compramos unos bocadillos ya hechos y los comemos, como ayer, en un parque a la orilla de un canal. Lleno las botellas de agua porque ni en Tallin, ni en el barco, ni en San Petersburgo, se puede beber el agua del grifo, así que me la llevo de Estocolmo.

Algo que me llama la atención de mi estancia en esta ciudad y que también tuve esa sensación cuando en el mes de Mayo visité Berlín es ¿dónde están los rubios y rubias del norte? No hay tantos. Lo que si se ve es una mezcla de razas.

Me gusta cuando David lee un cartel en sueco y pregunta muy convencido a su padre o a mí:

-¿Qué pone ahí?

Nuestra respuesta le sorprende pero siempre es la misma:

-Y yo qué sé. En sueco, sólo conocemos la palabra Tack que significa gracias. – le contesta

-Puede que diga Stop- comenta Mariano

-¿Y allí? -Sigue intrigado David

-Pues allí pondrá Farmacia
Parece que Mariano se lo inventa, pero yo creo que no. Él tiene mucha facilidad para esto de los idiomas. ¡Feliz él! David ya con eso se queda tan contento.

Camino del hotel encontramos una iglesia con la cúpula verde. Ayer nos explicaron como las cúpulas puntiagudas pertenecen a las iglesias alemanas, o noruegas, que son protestantes. Hay pocas iglesias católicas. Entramos y quedamos sorprendidos con un concierto de órgano. Mariano está encantado. La verdad es que el órgano donde mejor se suena es en una iglesia.

                                                              Continuará






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